19 junio 2010

Tus suenops son los nuestros

EL Mundo perdió ayer una parte de su conocimiento. Una parte de su capacidad para imaginar un hogar diferente para todos... Un hogar más justo… Más solidario… Más humano… Más libre... Más crítico consigo mismo.
Una de sus últimas reflexiones compartida en la red (para quien quisiera leerla) fue: "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte".
José Saramago era muchas cosas. Un maestro de la literatura, un hombre cercano y sencillo, una persona comprometida con su tiempo y con los problemas cotidianos de los hombres y las mujeres que aún vivimos. Quizá sea el último intelectual revolucionario al que podíamos hablar. Conocí a Saramago hace tiempo, y mantuve un contacto esporádico, pero permanente con él. Nunca me dejó de sorprender su capacidad para explicar de forma sencilla lo que a los demás nos parecían problemas complejos.
Siempre estuvo ligado a Euskadi por uno de los cordones umbilicales que le conectaban con los avatares de la sociedad contemporánea. Y siempre se comprometió. Saramago no era una persona que va y viene y si llueve se moja. ¡No...! José vivía en su interior lo que sus ojos y su conocimiento infinito le transmitían. Y no le era indiferente nada de lo que observaba. En Euskadi también se comprometió. También denunció la indiferencia y la carencia de filosofía. Quería a este país y a sus gentes, su cultura ancestral, su vocación de ser un ejemplo diferente, ni mejor ni peor que nadie, pero hechos a nosotros mismos. Quizá fuera porque era un reflejo de lo que él mismo fue. Un hombre entrañable, sencillo, justo y admirable, hecho a sí mismo.
Vivió todas las injusticias de la pasada centuria y siempre escogió a los pobres y su pobreza antes que a los ricos y su riqueza. Novelista, ensayista, periodista, creador... ¡Qué pena, José! Qué lástima nos queda a muchos por no poder escribirte nuevamente, por no anhelar tus respuestas, por no conocer tus postreros pensamientos, por no compartir tus desafíos, por no estar en tus barricadas. Aún con todo siempre nos quedará Pilar, tu compañera, una parte de tu corazón que quedará entre nosotros.
¡Qué decirte, José, que tú no sepas! ¿Cómo amarte ahora que ya no estás? ¿Cómo imitarte en el recuerdo? De forma sencilla, como tú eras... Comprometiéndonos con todas las batallas que dejaste inacabadas. Tus sueños son los nuestros.EL Mundo perdió ayer una parte de su conocimiento. Una parte de su capacidad para imaginar un hogar diferente para todos... Un hogar más justo… Más solidario… Más humano… Más libre... Más crítico consigo mismo.
Una de sus últimas reflexiones compartida en la red (para quien quisiera leerla) fue: "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte".
José Saramago era muchas cosas. Un maestro de la literatura, un hombre cercano y sencillo, una persona comprometida con su tiempo y con los problemas cotidianos de los hombres y las mujeres que aún vivimos. Quizá sea el último intelectual revolucionario al que podíamos hablar. Conocí a Saramago hace tiempo, y mantuve un contacto esporádico, pero permanente con él. Nunca me dejó de sorprender su capacidad para explicar de forma sencilla lo que a los demás nos parecían problemas complejos.
Siempre estuvo ligado a Euskadi por uno de los cordones umbilicales que le conectaban con los avatares de la sociedad contemporánea. Y siempre se comprometió. Saramago no era una persona que va y viene y si llueve se moja. ¡No...! José vivía en su interior lo que sus ojos y su conocimiento infinito le transmitían. Y no le era indiferente nada de lo que observaba. En Euskadi también se comprometió. También denunció la indiferencia y la carencia de filosofía. Quería a este país y a sus gentes, su cultura ancestral, su vocación de ser un ejemplo diferente, ni mejor ni peor que nadie, pero hechos a nosotros mismos. Quizá fuera porque era un reflejo de lo que él mismo fue. Un hombre entrañable, sencillo, justo y admirable, hecho a sí mismo.
Vivió todas las injusticias de la pasada centuria y siempre escogió a los pobres y su pobreza antes que a los ricos y su riqueza. Novelista, ensayista, periodista, creador... ¡Qué pena, José! Qué lástima nos queda a muchos por no poder escribirte nuevamente, por no anhelar tus respuestas, por no conocer tus postreros pensamientos, por no compartir tus desafíos, por no estar en tus barricadas. Aún con todo siempre nos quedará Pilar, tu compañera, una parte de tu corazón que quedará entre nosotros.
¡Qué decirte, José, que tú no sepas! ¿Cómo amarte ahora que ya no estás? ¿Cómo imitarte en el recuerdo? De forma sencilla, como tú eras... Comprometiéndonos con todas las batallas que dejaste inacabadas. Tus sueños son los nuestros.
EL Mundo perdió ayer una parte de su conocimiento. Una parte de su capacidad para imaginar un hogar diferente para todos... Un hogar más justo… Más solidario… Más humano… Más libre... Más crítico consigo mismo.
Una de sus últimas reflexiones compartida en la red (para quien quisiera leerla) fue: "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte".
José Saramago era muchas cosas. Un maestro de la literatura, un hombre cercano y sencillo, una persona comprometida con su tiempo y con los problemas cotidianos de los hombres y las mujeres que aún vivimos. Quizá sea el último intelectual revolucionario al que podíamos hablar. Conocí a Saramago hace tiempo, y mantuve un contacto esporádico, pero permanente con él. Nunca me dejó de sorprender su capacidad para explicar de forma sencilla lo que a los demás nos parecían problemas complejos.
Siempre estuvo ligado a Euskadi por uno de los cordones umbilicales que le conectaban con los avatares de la sociedad contemporánea. Y siempre se comprometió. Saramago no era una persona que va y viene y si llueve se moja. ¡No...! José vivía en su interior lo que sus ojos y su conocimiento infinito le transmitían. Y no le era indiferente nada de lo que observaba. En Euskadi también se comprometió. También denunció la indiferencia y la carencia de filosofía. Quería a este país y a sus gentes, su cultura ancestral, su vocación de ser un ejemplo diferente, ni mejor ni peor que nadie, pero hechos a nosotros mismos. Quizá fuera porque era un reflejo de lo que él mismo fue. Un hombre entrañable, sencillo, justo y admirable, hecho a sí mismo.
Vivió todas las injusticias de la pasada centuria y siempre escogió a los pobres y su pobreza antes que a los ricos y su riqueza. Novelista, ensayista, periodista, creador... ¡Qué pena, José! Qué lástima nos queda a muchos por no poder escribirte nuevamente, por no anhelar tus respuestas, por no conocer tus postreros pensamientos, por no compartir tus desafíos, por no estar en tus barricadas. Aún con todo siempre nos quedará Pilar, tu compañera, una parte de tu corazón que quedará entre nosotros.
¡Qué decirte, José, que tú no sepas! ¿Cómo amarte ahora que ya no estás? ¿Cómo imitarte en el recuerdo? De forma sencilla, como tú eras... Comprometiéndonos con todas las batallas que dejaste inacabadas. Tus sueños son los nuestros.EL Mundo perdió ayer una parte de su conocimiento. Una parte de su capacidad para imaginar un hogar diferente para todos... Un hogar más justo… Más solidario… Más humano… Más libre... Más crítico consigo mismo.
Una de sus últimas reflexiones compartida en la red (para quien quisiera leerla) fue: "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte".
José Saramago era muchas cosas. Un maestro de la literatura, un hombre cercano y sencillo, una persona comprometida con su tiempo y con los problemas cotidianos de los hombres y las mujeres que aún vivimos. Quizá sea el último intelectual revolucionario al que podíamos hablar. Conocí a Saramago hace tiempo, y mantuve un contacto esporádico, pero permanente con él. Nunca me dejó de sorprender su capacidad para explicar de forma sencilla lo que a los demás nos parecían problemas complejos.
Siempre estuvo ligado a Euskadi por uno de los cordones umbilicales que le conectaban con los avatares de la sociedad contemporánea. Y siempre se comprometió. Saramago no era una persona que va y viene y si llueve se moja. ¡No...! José vivía en su interior lo que sus ojos y su conocimiento infinito le transmitían. Y no le era indiferente nada de lo que observaba. En Euskadi también se comprometió. También denunció la indiferencia y la carencia de filosofía. Quería a este país y a sus gentes, su cultura ancestral, su vocación de ser un ejemplo diferente, ni mejor ni peor que nadie, pero hechos a nosotros mismos. Quizá fuera porque era un reflejo de lo que él mismo fue. Un hombre entrañable, sencillo, justo y admirable, hecho a sí mismo.
Vivió todas las injusticias de la pasada centuria y siempre escogió a los pobres y su pobreza antes que a los ricos y su riqueza. Novelista, ensayista, periodista, creador... ¡Qué pena, José! Qué lástima nos queda a muchos por no poder escribirte nuevamente, por no anhelar tus respuestas, por no conocer tus postreros pensamientos, por no compartir tus desafíos, por no estar en tus barricadas. Aún con todo siempre nos quedará Pilar, tu compañera, una parte de tu corazón que quedará entre nosotros.
¡Qué decirte, José, que tú no sepas! ¿Cómo amarte ahora que ya no estás? ¿Cómo imitarte en el recuerdo? De forma sencilla, como tú eras... Comprometiéndonos con todas las batallas que dejaste inacabadas. Tus sueños son los nuestros.
EL Mundo perdió ayer una parte de su conocimiento. Una parte de su capacidad para imaginar un hogar diferente para todos... Un hogar más justo… Más solidario… Más humano… Más libre... Más crítico consigo mismo.
Una de sus últimas reflexiones compartida en la red (para quien quisiera leerla) fue: "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte".
José Saramago era muchas cosas. Un maestro de la literatura, un hombre cercano y sencillo, una persona comprometida con su tiempo y con los problemas cotidianos de los hombres y las mujeres que aún vivimos. Quizá sea el último intelectual revolucionario al que podíamos hablar. Conocí a Saramago hace tiempo, y mantuve un contacto esporádico, pero permanente con él. Nunca me dejó de sorprender su capacidad para explicar de forma sencilla lo que a los demás nos parecían problemas complejos.
Siempre estuvo ligado a Euskadi por uno de los cordones umbilicales que le conectaban con los avatares de la sociedad contemporánea. Y siempre se comprometió. Saramago no era una persona que va y viene y si llueve se moja. ¡No...! José vivía en su interior lo que sus ojos y su conocimiento infinito le transmitían. Y no le era indiferente nada de lo que observaba. En Euskadi también se comprometió. También denunció la indiferencia y la carencia de filosofía. Quería a este país y a sus gentes, su cultura ancestral, su vocación de ser un ejemplo diferente, ni mejor ni peor que nadie, pero hechos a nosotros mismos. Quizá fuera porque era un reflejo de lo que él mismo fue. Un hombre entrañable, sencillo, justo y admirable, hecho a sí mismo.
Vivió todas las injusticias de la pasada centuria y siempre escogió a los pobres y su pobreza antes que a los ricos y su riqueza. Novelista, ensayista, periodista, creador... ¡Qué pena, José! Qué lástima nos queda a muchos por no poder escribirte nuevamente, por no anhelar tus respuestas, por no conocer tus postreros pensamientos, por no compartir tus desafíos, por no estar en tus barricadas. Aún con todo siempre nos quedará Pilar, tu compañera, una parte de tu corazón que quedará entre nosotros.
¡Qué decirte, José, que tú no sepas! ¿Cómo amarte ahora que ya no estás? ¿Cómo imitarte en el recuerdo? De forma sencilla, como tú eras... Comprometiéndonos con todas las batallas que dejaste inacabadas. Tus sueños son los nuestros.

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